La ansiedad es la reacción del cuerpo ante un estímulo nocivo. Pensemos, por ejemplo, en que en este mismo momento entra un león hambriento en la sala donde te encuentras leyendo estas líneas. Tu pensamiento tardaría muy poco en interpretarlo como algo peligroso, tu cuerpo se nutriría de la ansiedad para activarse y tus piernas echarían a correr para evitar el peligro real.
Imaginemos por un momento que ese león hambriento estuviera siempre presente, en cualquier situación del día a día. El despertador de la mañana ya activa el bucle de pensamiento que gira alrededor del león imaginario, cualquier tarea se percibe como un peligro, cualquier cambio se ve como una amenaza. En este punto hablaríamos de una ansiedad patológica, cuya característica central es su carácter anticipatorio. ¿Por qué anticipatorio? Dado que el día a día da miedo, recurrimos a la preocupación constante creyendo que eso nos prepara. De esta manera, se perciben amenazas constantes en situaciones cotidianas, lo que le confiere un papel irracional. Tu cuerpo reacciona con un exceso de energía para las demandas diarias, lo que, lejos de ayudarnos, más bien interfiere en nuestro rendimiento.