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Relaciones de pareja: ¿malos tiempos para el amor?

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Relaciones de pareja: ¿malos tiempos para el amor?

Hablar de relaciones amorosas no es algo de esta época. Han hablado de amor científicos, filósofos, psicólogos, médicos, sociólogos, poetas, antropólogos… ahora habla de amor hasta el reggaeton. 

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Desde la filosofía griega hasta nuestros días, el amor ha sufrido tantos cambios que ya ni se reconoce en el espejo. Empezando por Eros como máxime artífice de la necesidad del otro, pasando por el amor romántico donde la única vía para vivir era morir por amor, hasta terminar en nuestros tiempos modernos o… postmodernos o… vete tú a saber, donde la presencia del amor ha quedado relegada al consumismo neoliberal de uso y disfrute hedonista del otro, sin saber apenas quién duerme al otro lado del colchón.

Ahora todo es caduco: la comida, el móvil, las modas, e incluso el amor y esto hace que las relaciones de pareja sean muy frágiles. Al tener más conexiones, las relaciones son más superficiales porque los amigos de Facebook no son un vínculo. Parece que hay una adicción a la seguridad porque no se nos deja frustrarnos. No dejamos tener una discusión ni una crisis de pareja

¿Qué nos venden? Que si uno no funciona, pasamos al siguiente. Vendo y compro, compro y vendo. En eso estamos. Y si me siento mal, me voy de compras o me abro el Tinder y eso me calma el alma. ¿Me calma? 

Pulula por el aire la idea de vincularnos sin riesgos porque detestamos pasarlo mal y tener crisis de pareja. Quiero estar contigo, pero no mucho. ¿Por qué? Porque me da un miedo terrible sufrir. Me cabe la duda de si se puede amar sin riesgo a sufrir, si se puede jugar sin la posibilidad de perder. ¿A dónde nos lleva el cauce de este río? A vínculos consumibles: lo cojo y lo dejo. Nos exponemos a ser usados y usamos. Es un amor de consumo. Aquí tenemos el mito de “a más libertad, más facilidad para encontrar a la pareja perfecta”, que no es más que una tiranía de la propia ilusión de libertad. ¿Dónde creéis que nos alimentamos mejor en un buffet libre o en un restaurante estrella Michelín? Tener muchas opciones mantiene el consumismo del amor, donde si dejas algo, no hay problemas porque damos a next.

terapia de pareja: tinder

¿Y cuál es el peor escenario de este aire que pulula? Los vínculos como propiedad, que son consecuencia del amor consumible. Si yo puedo consumir un amor, significa que también soy propietario, como si ese alguien fuese nuestro. Y aquí se da la lacra de esta sociedad, que no es otra que la violencia en la pareja. Si yo compro algo, ese algo es mío y punto en boca. Y esto impide tener una relación de pareja sana.

Quizá estemos siendo espectadores de la muerte lenta del amor o quizá Eros esté en una habitación de hospital muy enfermo pidiendo a gritos la medicación correcta. ¿Pero cuál puede ser esta medicación? ¿Alguien consigue escuchar a Eros en coma?

Quizá sea necesario el vacío de uno mismo para dejar espacio al otro en tanto que la búsqueda de la aprobación narcisista encama al amor a sus últimos días. Quizá sea necesario no ser nada para que el otro sea y de esta manera ser más que nunca uno mismo. 

Relaciones de pareja y sexología

Las aplicaciones de ligues que todos conocemos pueden ser una muestra del uso consumista del amor como objeto, donde se camufla con buenas intenciones de consentimiento mutuo y de libertad hedonista. La duda que cabe es si se ama desde el TÚ o simplemente desde el YO, sin la posibilidad de ser un NOSOTROS. Quizá, la única vía para salir de nuestro narcisismo sea el erotismo a través de la presencia del otro, que nos invade, nos abruma y nos lleva a la acedia, o lo que es lo mismo, al olvido de uno mismo.

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Parece mucho más fácil vivir distante, esconderme ante la presencia real de un otro que supone una amenaza para mi propia libertad. De esta manera, evitamos el terror a ser reconocidos y la obligación a ser repensados desde un TÚ + YO. Por ello, hemos reinventado una manera de amar a nuestra medida desde la fórmula de la autosatisfacción masturbatoria a través del otro con la obligatoriedad de tener momentos de disfrute, de tener muchas parejas sexuales (¿sexuales?), de erectar, lubricar y orgasmar; cuanto más alto, mejor. Esto nos lleva a la cosificación de la media naranja con la ilusión engañosa de consentimiento y simetría en el poder de la relación de pareja, dirigido por balances contables de coste y beneficio, donde siempre se busca el superávit, y donde al buscarlo, eso se hace imposible.

Y es que el amor de consumo no es más que una muestra del porno de pantalla accesible a cualquier móvil de bolsillo. La cruzada actual que intenta demonizar el porno se aleja de lo realmente obsceno de este porno. Lo obsceno del porno o lo que es lo mismo, lo que sale de la escena del porno no es el exceso de sexo, sino más bien la ausencia del mismo sexo que sucede en las relaciones de consumo. Una ausencia de sexo que viene de la mano de la sobrexposición que impide la seducción a través del misterio.

Ojo, que esta nueva fórmula nos permite disfrutar sin sufrir, sobrexponernos con el corazón encogido, consumirnos y ser consumidos desde nuestro rincón más distante, al otro lado de la pantalla. La oferta infinita, la sustitución inmediata, el disfrute como droga suenan muy golosos como para dar paso a la necesidad del otro, pero no nos olvidemos que Eros sigue muriendo en esa habitación lúgubre de hospital. Y lo que nos grita al oído es que el otro no es un espejo sin voz ni voto, sino una oportunidad de transformación y plenitud a través de la cesión de uno mismo. Este Eros nos lleva a la muerte y sin embargo, nos hace sentir más vivos que nunca. Esto contrasta con las nuevas modalidades de crecimiento personal a través de la autoayuda, autoestima, autoconocimiento… autoleches. Y todo esto está muy bien, pero quizá sea imposible amar desde este auto y conseguir una relacion de pareja sana, pues nos lleva a la esclavitud de nuestro individualismo de “yo me lo guiso, yo me lo como”. 

Parece que Eros moribundo da sus últimos coletazos invitándonos a dejarnos llevar por el vértigo del precipicio de la presencia del otro para destruir este equilibrio zoombie autodidacta que nos impide morir y vivir a partes iguales, y que nos lleva a derrochar sonrisas de bisutería barata en busca de muchos superlikes. Quizá la vía para revivir a Eros sea hacerle el boca a boca y tomar conciencia de lo cansados que podemos estar de nosotros mismos, dejar de mirar al espejo y ver qué hay detrás de ese otro: que nos lleve del YO al TÚ, de objeto de consumo a sujeto erótico.